Siglo XVIII, Alexander Selkirk, Sin embargo, el tiempo pasa y sus problemas cotidianos dan paso a la soledad y a los atormentadores pensamientos de que permanecerá para siempre en la isla. Todos los días sube al punto más alto de la isla, donde construye una especie de torre de vigilancia, y durante horas mira fijamente el horizonte con la esperanza de vislumbrar algún barco.